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«Esperamos a nuestros muertos»: víctimas de sismo en Turquía claman por ayuda en medio del enfado.

Ebru Firat, de 23 años, es consciente de que cada vez hay menos posibilidades de que encuentren viva a su prima, desaparecida bajo los escombros de su vivienda, en Sehitkamil, un suburbio de Gaziantep.

Como le ocurre a los centenares de personas que esperan delante de las ruinas, el dolor se mezcla a veces con la rabia.

«Ya han pasado 36 horas desde el sismo… todo avanza tan lentamente», comenta la joven. «Quiero tener esperanza, pero…».
Cada minuto cuenta a la hora de encontrar a eventuales supervivientes pero, en las horas posteriores a la tragedia, aquí no se acercó ningún rescatista.

Fueron los propios familiares de los desaparecidos, a veces acompañados por policías, los primeros en ponerse a buscar entre los escombros con sus propias manos.

Los primeros socorristas aparecieron por la zona el lunes por la noche, pero a medianoche dejaron de trabajar, explican los familiares, quejándose.

«La gente estaba indignada esta mañana. La policía intervino. Después, nos obligaron a callarnos», cuenta Celal Deniz, de 61 años. Su hermano y sus sobrinos están bajo los escombros.
En medio de un frío glacial, Deniz y sus parientes intentan entrar en calor alrededor de una hoguera, un poco apartados.

«No hay ninguna región a la que no hayan podido llegar los servicios de rescate», había asegurado no obstante el lunes el presidente de la Media Luna Roja, Kerem Kinik, en televisión.
El reclamo por la «tasa sismo»
«¡Mentira!», lanza un joven que pide permanecer en el anonimato. «Estamos abandonados».

Una negligencia que hace aflorar preguntas para las que, de momento, no se tiene respuesta.

«No saben lo que está viviendo el pueblo. ¿Dónde están nuestros impuestos recogidos desde el sismo de 1999?», señala Celal Deniz, recordando el terremoto de ese año, que devastó zonas muy pobladas e industrializadas del noroeste del país.
Después de aquel sismo, que causó al menos 17 mil 400 muertos, se estableció un impuesto especial denominado «la tasa sismo».

Los ingresos recabados desde 1999 -estimados en 88 mil millones de libras turcas, es decir, cerca de 4 mil 600 millones de dólares- debían invertirse en la prevención de catástrofes y en el desarrollo de los servicios de rescate.

Pero nadie sabe adónde ha ido a parar ese dinero.

«Hemos ido a ayudar a los lugares que, en un principio, debían estar asistidos por la Media Luna Roja, pero nadie vino», explica Ceren Soylu, miembro de un grupo de voluntarios creado por un pequeño partido nacionalista, el Buen Partido (Iyi).
La ciudad continúa sacudida por violentas réplicas y a los habitantes les falta de todo: las tiendas están cerradas, el gas está cortado -y con él, la calefacción- y encontrar gasolina es toda una hazaña.

Solo permanecen abiertas algunas panaderías, frente a las que se forman largas filas.

Pero los más afectados son los distritos más aislados de la provincia, como Islahiye y Nurdagi, donde centenares de inmuebles se derrumbaron.

«Las carreteras quedaron parcialmente destruidas, es muy difícil suministrar ayuda a esas localidades», explica Gokhan Gungor, un cocinero que se ofreció voluntario para distribuir víveres entre las víctimas.
«La gente está sin agua y sin comida allá», dice.

En Sehitkamil, frente a un edificio, reducido a un amasijo de escombros, el sentimiento de abandono mina todavía más la moral que el frío. Y eso, pese a que muchos de los supervivientes se precipitaron a la calle sin siquiera ponerse los zapatos al ser despertados en plena noche.

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